Algunas consideraciones sobre el decrecimiento y la vía reflexiva

Tomando en cuenta las múltiples dimensiones que adquieren las transformaciones contemporáneas de nuestro entorno, entre ellas el cambio climático, con sus efectos sobre la presencia de eventos catastróficos como tormentas y sequías, y sobre los llamados servicios ambientales (tierra fértil, agua, aire, clima), que permiten el sostenimiento de procesos como la agricultura, la vitalidad de suelos y bosques, y las formaciones reproductivas de los ecosistemas [vid. https://www.elsaltodiario.com/mapas/unidos-ciencia-2022-nuevo-informe-cambio-climatico] se hace indispensable pensar en alternativas, que surgen, primero con la intensidad de la imaginación, y que refuerzan el ímpetu de procesos comunitarios (urbano/rurales, por colocar más allá de cierta dicotomía la capacidad de regenerar los procesos productivos agrícolas y la afectividad de las territorialirdades territorilaizadas) como una vía para recuperar/fortalecer los ciclos de nutrientes [vid. https://www.elsaltodiario.com/reciclaje/crisis-ambiental-compostaje-recuperando-ciclo-nutrientes] o proponer, por ejemplo, la creación en entornos con áreas verdes comunes disponibles (a las cuales habría que creear y recrear como parte de un ejercicio político-estético-cultural de reestructuración del entramado) de bosques comestibles (https://www.agrohuerto.com/los-bosques-comestibles-que-son/).

Por otra parte, la vía reflexiva se plantea desde procesos ético-filosóficos, que aportan nociones de acción y disposiciones anímicas/psíquicas/espirituales para la conformación de entornos vitales (anímico/psíquico/espirituales pero también prácticos, materiales y productivos) que entramen, acompañen y acompasen la transición, con las potencias que la acción simbólica convoca a el humano habitar

«Entra en las casas por las puertas» (M I, 1628) –> Adab [Cortesía espiritual]

«La paciencia es la llave que abre las puertas de la felicidad» (M II, 70) –> “Ser paciente significa, entre otras cosas, dar tiempo al tiempo: un árbol no crece estirándolo de las ramas. Quien es paciente sabe aguardar; quien es paciente sabe resistir; quien es paciente sabe prepararse como es debido —ninguna carrera comienza en la línea de salida—, pues las pruebas tienen que existir, son ley de vida y, tarde o temprano, acaban por llegar.” (Hálil Barcena, Perlas sufies. Saber y sabor de Mevlana Rumi]

[vid. https://es.scribd.com/read/351478853/Perlas-sufies-Saber-y-sabor-de-Mevlana-Rumi]

Fotografía. Base de datos Openverse

Sobre el método marxista. Comentarios a propósito de un texto de Michel Löwy (III)

En esta última entrega de comentarios al texto de Löwy, se revisan los debates surgidos al interior de la recepción marxista de la epistemología/metodología de Marx. Esto permite discutir sobre los límites de la relación entre ciencia y ética, en el marco de la recepción de su obra en términos de clase, partido, objetividad y transformación social. Al final se proponen nuevas preguntas, que redefinen el horizonte de estas reflexiones


Por Arturo Montoya Hernández

Como revisamos en la entrega anterior, la posición de clase (una de cuyas determinaciones se encuentran en la ideología) es central en la configuración de la práctica científica social, en cuanto define visibilidades, objetos de estudio, teorías e interpretaciones. El reconocimiento de esta dimensión permite tomar posición y situar el trabajo de investigación en relación con cierta política de la investigación, la cual demanda compromiso y reflexividad crítica. Debido a la importancia que esta perspectiva marxista da a la crítica y a la transformación de lo social a través del mixto conocimiento-acción (como una de sus vectores de actualización), la respuesta tendiente a la neutralización del conflicto epistemológico-social cifrada en el justo medio ecléctico de Mannheim, resulta insatisfactoria para Löwy, quien encuentra en el trabajo de Marx, un desenmascaramiento del carácter burgués de la economía política clásica, una afirmación proletaria de su pensamiento, y un compromiso revolucionario que se actualiza en el movimiento histórico de la ciencia, aspectos necesarios en la formulación de un método de investigación marxista:

En consecuencia, el método de Marx no es “neutro”, “positivo” o naturalista; este método, que él intitula dialéctica racional, es “un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios porque, en la comprensión positiva de las cosas existentes, incluye al mismo tiempo la inteligencia de su negación, de su necesaria decadencia, […] es esencialmente crítica y revolucionaría” (Marx, 1948, p. 100).

(Löwy, 1975, p. 23).

Esta ruptura de clase con las tradiciones científicas de su época, que se abre a la necesidad de un replanteamiento de los discursos disciplinares, tiene distintas recepciones entre los pensadores marxistas. Para Lenin, en las sociedades fundadas sobre una lucha de clases, la ciencia social no puede ser imparcial, sobre todo, ante la prevalencia de temas como la “esclavitud asalariada” (Lenin, 1960) en los que los “juicios de hecho” y los “juicios de valor”, la ciencia y la ideología, la objetividad y el punto de vista de clase, se entrelazan de manera indiscernible, formando una unidad dialéctica. (Löwy, 1975, p.24) Así mismo, de acuerdo con Löwy, autoras como Rosa Luxemburgo, Lukács, Korsch y Braunstein, señalan que las sociedades compuestas por clases, ponen en relación intereses, aspiraciones y concepciones opuestas. Esto implica que el punto de vista de clase, proyecta siempre los “intereses históricos objetivos” (Löwy, 1975, p.25) del estrato al que se pertenece, en tensión hegemónica con la clase dominante.

A partir de este planteamiento, Löwy abre un debate sobre las relaciones entre marxismo y proletariado, preguntando por la relación entre el método y la epistemología propuestas en la dialéctica racional marxista, y los procesos de transformación, históricos y revolucionarios, de los conflictos de clase. Una de las primeras expresiones de esta perspectiva se encuentra en Bersntein y Krauski, respectivamente “[…] portavoces del revisionismo y de ‘la ortodoxia’ en el seno de la II Internacional”, (Löwy, 1975, p.25) quienes, a pesar de sus diferencias de interpretación en la recepción de la obra de Marx, coinciden en la necesidad de afirmar una ciencia social positiva, separada de la raigambre ideológica de la reflexión marxista[1]. La contraposición que hacen estos autores entre una ciencia pura y una moral pura funda dos espacios de operación socialista, cuya distinción práctica les permite superar el “error” de Marx al establecer los fines de la investigación científica a partir del ideal moral de clase.

Un proceso análogo, que invierte el proceso de distinción entre ciencia pura y moral pura, es el del ocultamiento ideológico,operado por la burocracia del stalinismo. Esta mistificación de las operaciones políticas de una ciencia social dominada por los intereses ideológicos, resulta en una “[…] instrumentalización extrema de la ciencia, directamente sometida a las necesidades político-ideológicas de la burocracia” (Löwy, 1975, p. 27) encarnada, en este caso, por el Partido Comunista (PC) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En el extremo, no solo la ciencia social es absorbida por los intereses de clase, las ciencias naturales también movilizan una moral de clase, creando una disputa entre ciencia proletaria y ciencia burguesa, que subsume los procesos de investigación al compromiso ideológico. Un ejemplo de esto se encuentra en la biología “proletaria” de Lyssenco, opuesta a la ideología “reaccionaria y burguesa” de Mendel-Wasserman:

Lyssenko había escrito en Izvestia del 15 de diciembre de 1949 que los descubrimientos de los biólogos soviéticos sólo habían sido posibles gracias a la “enseñanza de Stalin sobre las transformaciones cuantitativas graduales ocultas, invisibles, que conducen a una rápida modificación cualitativa fundamental. Francis Cohen cita ese texto del ilustre “biólogo proletario” y lo analiza desde el punto de vista de la epistemología stalinista de las ciencias: “Esta cita requiere algunos comentarios. En primer lugar, nos muestra el proceso mínimo de elaboración de la ciencia proletaria: el hecho experimental en la base, luego la interpretación, ayudado por la teoría marxista leninista, aquí muy precisamente por el capítulo IV de la Historia del PC (b).” (Cohen, 1959).

(Löwy, 1975, pp. 28-29)

En el extremo, esta mistificación transfiera las atribuciones objetivas del positivismo y su eficacia simbólica a las operaciones de la ideología de Estado, creando un “positivismo de signo invertido” (Löwy, 1975, p. 30) que borra la distinción entre ciencias naturales y sociales. Como perspectiva que responde a este dilema, Löwy evoca la figura de Althusser, quien transita de una adscripción militante a los ideales de la ciencia y filosofía proletaria de su juventud, en los años 1950, a una defensa de la especificidad, la autonomía y la independencia de la ciencia. En consecuencia, Althusser afirma que la ciencia social debe estar liberada de todo compromiso de clase, para, de este modo evitar, su subsunción como “expresión inmediata y exclusiva del proletariado”. (Löwy, 1975, p. 36) Löwy enuncia una tercera opción, no vislumbrada por Althusser, como síntesis de la oposición: “la ciencia histórica se sitúa necesariamente desde el punto de vista de una clase, pero es relativamente autónoma en su esfera de actividad propia”. (Löwy, 1975, p. 37)

A manera de conclusión, Löwy presenta una manera de contrarrestar el posible relativismo implicado por la necesaria perspectiva de clase que dirige la práctica científica social: establece una jerarquía entre posiciones de clase, en la que argumenta que son las clases revolucionarias, en general, las que aportan una mirada crítica sobre los fenómenos históricos y sociales, al cuestionar la idea de que el orden social es producto de leyes eternas e inmutables. Al mismo tiempo, señala al proletariado, en particular, como la clase capaz de lograr mayor objetividad, al plantearse como horizonte la abolición misma de las dominaciones de clase, y la organización de una práctica científica en clave comunista: con autonomía relativa, lógica interna de investigación, y especificidad práctica que tiende al descubrimiento de la verdad, con independencia de un interés de dominio de clase. De esta manera, se propone una práctica científica social consciente de su posición, desde una perspectiva emancipatoria (sin ocultamiento ideológico) que alimente la investigación con un espíritu crítico y transformador de las relaciones sociales.

Las posibilidades y límites de esta propuesta, requieren un debate a mayor profundidad, para entramar tanto las dimensiones epistemológicas, como metodológicas, que una práctica de investigación atenta a la perspectiva de clase (reflexiva al respecto de la posición de quien investiga) coloca en el centro de la reflexión de nuestras prácticas de investigación. Nuevas preguntas surgen, desde las que se puede ir hilando estas cuestiones: ¿Qué otros núcleos/paradigmas de investigación, asume una posición comprometida en la investigación de la realidad social (pienso en los enfoques postpositivistas: decoloniales, subalternos, de intervención)? ¿Cómo se retroalimentan estas cuestiones con los aspectos estético-políticos de la investigación social? ¿Qué nuevos modos de relación existen entre la ciencia social y las ciencias naturales contemporáneas? ¿Cuál es el papel de la filosofía en este panorama? El debate sigue abierto, y nos convoca a replantear los sesgos y prejuicios que podrían haber instalado en las últimas décadas, para organizar nuevas preguntas y nuevas miradas, sobre las prácticas de investigación y la importancia social del conocimiento.

Bibliografía

Angel, E. (1961). Bernstein et l’évolution du socialisme allemand. París: Didier.

Cohen, F. (Febrero de 1950). Mendel, Lyssenko et le rôle de la science. La Nouvelle Critique, 13.

Kautsky. (1972). Die Materialistische Geschichtsauffassung (Vol. t. 2).

Lenin. (1960). Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. En Lenin, Obras escogidas. Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras.

Löwy, M. (1975). Objetividad y punto de vista de clase en las cienias sociales. En M. Löwy, A. Brossat, & e. al., Sobre el método marxsita (págs. 9-44). México: Grijalbo.

Marx, C. (1948). Misère de la philosophie. París: Sociales.

Fotografía. Sol LeWitt (1986) Arcs from Four Corners. Tate. https://www.tate.org.uk/art/artworks/lewitt-arcs-from-four-corners-p03305


[1] Para Bernstein, la ciencia económica “debe estar por encima de los conflictos de clase, debe ser empírica, no partidaria, libre de presuposiciones”, (Löwy, 1975, pp. 25-26) elementos de un positivismo que reivindica en un ensayo autobiográfico (Angel, 1961). Por otra parte, Kautsky, defensor del marxismo ortodoxo, distingue entre los aspectos ético-normativos del ideal socialista, y el “estudio científico de las leyes de la evolución del organismo social” (Kautksy, 1927, p. 631, citado por Löwy, 1975, p. 26) en el que toma como referencia la biología evolucionista de Darwin.

Sobre el método marxista. Comentarios a propósito de un texto de Michel Löwy (II)

En esta segunda entrega, se presentan algunos aspectos de la mirada marxista, la cual, considera la importancia de la “ideología” en la definición de la práctica científica social. También se revisa, brevemente, la respuesta (insatisfactoria para Löwy) que Mannheim da al debate entre positivismo y marxismo


Por Arturo Montoya Hernández

Como vimos en la entrega anterior, el texto de Löwy plantea una confrontación entre dos modos de concebir las ciencias sociales: el positivista, con su tradición comptiana-durkhemiana dirigida al hallazgo de leyes que fundamentan la repetición y reproducción del orden social, y el marxista, abierto a procesos críticos desde los que se considera el carácter histórico de los fenómenos sociales, y la posición subjetiva y de clase desde la que se realiza la actividad científica. El núcleo de este disenso puede rastrearse, por tanto, al concepto de objetividad, que, incorporado desde las ciencias naturales, genera un campo que tiende a la difuminación ontológica, epistemológica y metodológica de los fundamentos, técnicas y prácticas de las ciencias sociales. Esto implica, no solo tomar como dado (la realidad social) algo que se produce continuamente, sino, ignorar que la propia práctica científica se encuentra codeterminada por los procesos estructurales y superestructurales que producen la realidad social:

Las visiones del mundo, las “ideologías” (en el sentido amplio de sistemas coherentes de ideas y valores) de las clases sociales, modelan de manera decisiva (directa o indirecta, consciente o inconsciente) a las ciencias sociales, planteando así el problema de su objetividad en términos completamente distintos de las ciencias de la naturaleza.

(Löwy, 1975, p. 18)

En contraposición, la objetividad que puede atribuirse a las ciencias sociales desde la perspectiva marxista, se encuentra siempre condicionada por una dimensión de clase, que determina tanto los aspectos prácticos que rodean la investigación en cuanto actividad social (de suyo atravesados por vectores institucionales, económicos, políticos y estéticos), como las cuestiones “internas” a la reflexión científica social, que van desde la selección de objetos de estudio y problemáticas de investigación, hasta la interpretación de las observaciones y la formulación de teorías. Esta huella “ideológica” del punto de vista de clase en que se inscriben las tradiciones de investigación y los investigadores, se encuentra presente en todos los momentos de la investigación, aportando dirección y definiendo tendencias. De este modo, la distinción entre juicios de hecho (fundados en la objetividad positivista) y juicios de valor (en la que se distinguirían los aspectos ideológicos) se complejiza:

[…] lo que olvidan tano Weber como los positivistas, es la relación inversa entre la ciencia y lo normativo: los valores que orientan, influencian, y condicionan los juicios de hecho. Relación que por su parte no es lógica sino sociológica: es el punto de vista de clase (que implica elementos normativos) el que en gran parte define el campo de visibilidad de una teoría social, lo que ella “ve”, y lo que no ve, sus “aciertos” y sus “desaciertos”, su luz y su ceguera, su miopía y su hipermetropía.

(Löwy, 1975, p.20)

Una de las primeras rutas trazadas por Löwy para poner en cuestión la fundamentación positivista de las ciencias sociales, se aproxima al trabajo de Karl Mannheim, quien, en su texto de 1929 Ideología y Utopía,adopta un “punto medio” en la tensión entre positivismo y marxismo. Su propuesta, fundacional de la sociología del conocimiento como disciplina académico-universitaria, retoma la importancia de la posición social del observador en la definición de la concepción del mundo (Weltanschauung) que permea en la investigación. De acuerdo con esta lectura, Mannheim postula la posibilidad de una síntesis o integración de los diferentes puntos de vista de clase, que se tensionan entre los intereses de la burguesía y del proletariado. Esta se da gracias a la intervención de los intelectuales del estrato intermedio (identificado por Löwy como la pequeña burguesía) el cual conforma un justo medio ecléctico, capaz de organizar una “tercera vía”, en la que la planificación social, y las concesiones a las clases inferiores, permiten equilibrar la sociedad capitalista contemporánea. De este modo, para Mannheim resulta posible ocupar una posición de investigación en la que no se aspira a la objetividad aséptica del positivismo burgués, ni se asume el carácter partidario del proletariado enmascarado por la perspectiva marxista.

Como veremos en la última entrega de estas reflexiones, Löwy considera que, contrario a lo planteado por Mannheim, Marx hace explícita la perspectiva de clase desde la que enuncia su pensamiento. Esto conlleva una crítica al carácter burgués de ciertas reflexiones sociales, y la reivindicación de la perspectiva del proletariado, militante y transformadora. Este rechazo al carácter positivista, naturalista y neutro de la investigación social, postula una mirada marxista de las ciencias sociales, que se distingue de las reapropiaciones que se hacen de su pensamiento en la Unión Soviética, y en diversos partidos comunistas en Europa.

Bibliografía

Löwy, M. (1975). Objetividad y punto de vista de clase en las cienias sociales. En M. Löwy, A. Brossat, & e. al., Sobre el método marxsita (págs. 9-44). México: Grijalbo.

Mannheim, K. (1956). Idéologie et utopie. París: Marcel Rivière.

Fotografía. Sol LeWitt (2004) Wall Drawing #1136. Tate. https://www.tate.org.uk/art/artworks/lewitt-wall-drawing-1136-ar00165

Sobre el método marxista. Comentarios a propósito de un texto de Michel Löwy (I)

En esta primera entrega, se revisan elementos de la contraposición entre positivismo y marxismo, como núcleos epistémico-metodológicos que guían el trabajo de las ciencias sociales


Por Arturo Montoya Hernández

El ensayo Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias sociales de Michel Löwy, inicia planteando una serie de preguntas a propósito de supuestos que han acompañado la formación ontológica, epistemológica y metodológica de las ciencias sociales: ¿Es posible la objetividad en las ciencias sociales? ¿Esta objetividad sería del mismo tipo que la de las ciencias naturales? ¿No están las ciencias sociales ligadas, de manera necesaria (comprometidas), con el punto de vista de las clases sociales que las producen? ¿Cómo conciliar este carácter partidario, con la requerida objetividad del conocimiento?

De esta manera, Löwy define las líneas principales del diálogo entre las ciencias sociales positivistas y las ciencias sociales marxistas, que presentará a través del texto como una disputa entre aquellas perspectivas que incorporan de manera explícita la reflexividad de clase en su reflexión, y aquellas otras que ocultan la posición desde la que el conocimiento es producido. En términos generales, no se trata simplemente de un posicionamiento partidista, entre izquierdas y derechas, si no, de la incorporación histórica y situada, de un tipo particular de transparencia y contrastación reflexiva, que el autor reúne bajo el paraguas teórico del pensamiento de Marx, para hacer frente al núcleo positivista de las ciencias sociales. [1]

En la definición de las ciencias sociales positivistas, el punto de partida es Auguste Comte, con su afirmación fundacional: “Entiendo por física social la ciencia que tiene por objeto el estudio de los fenómenos sociales, considerados con el mismo espíritu que los fenómenos astronómicos, físicos, químicos y fisiológicos, es decir, sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el fin especial de sus investigaciones”. (Comte, s.f., p. 71, citado por Löwy, 1975, p. 10) Se trata del inicio de una exploración en busca de las líneas objetivas, estables y universales, a partir de las cuales sería posible desentrañar las leyes que subyacen al modo en que se nos presenta la realidad social. Con ese objetivo, el ejercicio positivista equipara epistemológicamente el estudio de la naturaleza al estudio de la sociedad, extendiendo con ello una metodología cuantitativa, heredada de la fundamentación moderna de la ciencia.

Las principales implicaciones de esta afirmación positivista son, primero, que el científico social debe limitar su exploración al descubrimiento de leyes, cuyo conocimiento revela la realidad que subyace a los fenómenos sociales; segundo, la observación debe ser neutra y precisa, por lo que el investigador necesita distanciarse de toda identificación, emoción y disposición personal, que pueda turbar subjetivamente lo observado. En consecuencia, para las ciencias sociales positivas se trata de estudiar un mundo social ya dado, por lo cual se hace una asepsia, teórica y práctica, de la posibilidad de transformación. La cita a Comte, elegida para la ocasión, ilustra este punto con exactitud:

Por su naturaleza [el positivismo] tiende poderosamente a consolidar el orden público, por medio del desarrollo de una prudente resignación […]. Evidentemente no puede existir una verdadera resignación, es decir, una disposición permanente para soportar con constancia y sin ninguna esperanza de comprensión alguna, los males inevitables, si no es como resultado de un profundo sentimiento de leyes invariables que gobiernan todos los diversos géneros de fenómenos naturales. Así pues, tal disposición corresponde exclusivamente a la filosofía positivista, cualquiera que sea el objeto al que se aplique, y, por lo tanto, también respecto a los males políticos.

(Comte, 1908, p. 100, citado por Löwy, 1975, pp. 11-12)

El pensamiento crítico, negativo y transformador, encarnado por la revolución francesa, la ilustración y el socialismo, es desplazado de la investigación social por el encuadre científico positivista, que pretende liberar el ejercicio de investigación de los anclajes contingentes de la historia. Estos planteamientos se consolidan en la sociología de Durkheim, la cual, de acuerdo con Löwy, sistematiza el enfoque positivista moderno, al considerar a los hechos sociales como cosas, y a las distintas estructuras sociales como hechos naturales con funciones específicas, las cuales, tienden a la organización de interacciones constantes que permiten conservar el estado de cosas vigente. En consecuencia, la posición del científico social se afirma en la neutralidad, más allá de los prejuicios, las prenociones y la ideología de la vida cotidiana, la cual le permite distinguir entre juicios de hecho y juicios de valor.

En última instancia, para Löwy, los presupuestos de la investigación positivista no permiten afirmar la especificidad metodológica de las ciencias sociales al respecto de las ciencias naturales (especificidad requerida por el desarrollo mismo de la investigación social, y las características de los fenómenos estudiados), al concebir como absoluta, una relación que se construye de manera histórica y relativa. Este hiato toma mayor fuerza al considerar: “1) El carácter histórico de los fenómenos sociales. […] 2) La identidad parcial entre el sujeto y el objeto del conocimiento. 3) El hecho de que en los problemas sociales están en juego las miras antagónicas de las diferentes clases sociales. 4) Las implicaciones político-ideológicas de la teoría social”.(Löwy, 1975, p. 17) En consecuencia, la separación positivista entre juicios de valor y juicios de hecho se diluye, pues se hace patente que los campos de visibilidad, los instrumentos de investigación, y las observaciones, son influidas continuamente por los aspectos normativos que orientan la práctica del investigador. En una próxima entrega, veremos el papel del marxismo en la redefinición metodológica de este dilema.

Bibliografía

Compte, A. (1908). Cours de philosophie positive (Vol. IV). París: Schneider Frères.

Durkheim, E. (1956). Les règles de la mèthode sociologique. París: P.U.F.

Löwy, M. (1975). Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias sociales. En M. Löwy, A. Brossat, & et. al., Sobre el método marxista (págs. 9-44). México: Grijalbo.


[1] Al hablar de núcleo positivista, me refiero al conjunto de presupuestos ontológicos, éticos, epistemológicos y metodológicos, que se incorporan a las ciencias sociales, desde una reflexión positivista. Del mismo modo, podríamos hablar de un núcleo marxista, que se expresa en ciertos ámbitos de las ciencias sociales, y definen su producción, transformación, articulación y desarrollo. La metáfora de los núcleos permite pensar las interacciones pluralistas que inciden en los campos de reflexión y conocimiento. Es posible incorporar a esta cartografía, núcleos estructuralistas, funcionalistas o interaccionistas, cuya diagramación haría posible, desde la imaginación visual, explorar la interacción de los distintos núcleos en la conformación del campo de las ciencias sociales.

Fotografía. Sol LeWitt (1972) Two Open Modular Cubes-Half-Off. Tate. https://www.tate.org.uk/art/artworks/lewitt-two-open-modular-cubes-half-off-t01865

Espacios aurales, nuevas tecnologías y la resistencia de la cultura libre

Reseña: George Yúdice, 2007, Nuevas tecnologías, música y experiencia. Barcelona: Editorial Gedisa.

Por Arturo Montoya Hernández

La música nos acompaña en diversas actividades cotidianas, cruza los días a través del movimiento vibrátil con que dinamiza al aire, enciende emociones y conduce alegrías y tristezas, ya sea evocando matices sutiles o roncos truenos que, a partir de la modulación de la distorsión y amplitud, trazan nuevos contornos de la experiencia. La música incide en el cuerpo y, con el movimiento del medio material que le permite propagarse, crea espacios aurales que habitamos con emociones, memorias y coreografías jubilosas, como las danzas festivas, o más discretas, como el girar del picaporte o el tañer de los vegetales que añadirán sabor y sustancia al guiso del medio día.

Esta presencia continua de la música, que acompaña al resto de sonidos desprendidos del trabajo humano, o surgidos de lo profundo de la relación entre animales y plantas, células y entornos geológicos, elementos y cosmos, es un fenómeno reciente, el cual germina de las transformaciones técnicas que han permitido la grabación y reproducción de sonidos. La mayor flexibilidad, fidelidad y portabilidad de los distintos dispositivos que crean, producen y reproducen nuestros entornos musicales, han hecho posible el espacio aural del siglo XX y XXI, el cual se extiende, de forma progresiva y sutil, a la escala de las fricciones globales.

¿Qué alcances, qué límites, qué matices, qué posibilidades, incorporan las nuevas tecnologías a la experiencia cotidiana de quienes escuchan música? Estas podrían ser algunas de las preguntas trazadas por George Yúdice en su libro Nuevas tecnologías, música y experiencia (2007); las cuales son revisadas poniendo especial atención al papel del internet como entorno mediático, central en la difusión y comercialización contemporánea de música, y a los debates legales, que contraponen los derechos de acceso a la cultura con los intereses comerciales y económicos plasmados en las normativas de derechos de autor.

El libro, conformado por un ensayo en cinco partes, recupera —entre los apuntes técnicos y las referencias bibliográficas que sustentan el argumento con los estándares académicos pertinentes— la voz del autor, quien comparte recuerdos musicales, experiencias con las plataformas sociales de internet y el profundo interés por los entornos culturales creados por su acercamiento personal a la música. De este modo, además de una reflexión a propósito de la tensión entre los espacios públicos y los espacios privados de escucha musical, y la disputa entre el modelo de industria musical (Music 1.0), basado en disqueras y discos impresos, y el modelo Music 2.0, basado en el intercambio de copias digitales que rozan las fronteras legales internacionales y proyectan una amenaza para el modelo tradicional; el libro es una invitación abierta a explorar los espacios aurales que estimulan la imaginación del autor: de la Watina garífuna de Andy Palacio a la música Ambient de Brian Eno y la tecnobrega de Belem do Pará.

Como en todo buen trabajo de investigación y escritura, sea enmarcado en disciplinas asentadas en el ámbito académico, como la comunicación y la sociología, sea en el esfuerzo interdisciplinario de tejer caminos de fuga a los compartimentos académicos tradicionales, los destellos de imaginación sonora que irrumpen en los pasajes más técnicos del ensayo estimulan el deseo de aprovechar la conectividad expandida de este 2021, para indagar en la banda sonora del libro y crear un itinerario personal dedicado, no sólo a acompañar la lectura, sino a provocar la escritura. Esta provocación no se queda en el aspecto lúdico, su ímpetu moviliza —esbozando los bordes de la cuestión— la veta de activismo cultural y político que alienta iniciativas de resistencia ante el control de la cultura —monopolizado desde el vector estatal o el mercado, o incluso en la mezcla regulatoria de leyes que complacen el acaparamiento privado— como el software libre, el Creative Commons y los movimientos de justicia mediática.

Las cuestiones así planteadas se abren en nuevas interrogantes. Pasados más de diez años desde la escritura del libro, motivada por la Editorial Gedisa para celebrar su vigesimotercer aniversario con la publicación de la serie Visión 3X, dirigida a imaginar las huellas de la parte final del siglo XX y aportar indicios para dirigir la mirada hacia el horizonte del nuevo milenio, muchas de las cuestiones revisadas por Yúdice se han fortalecido a diversas escalas, mientras que otras se han quedado rezagadas ante la potencia de adaptación de las industrias culturales, las cuales crean nuevos espacios de expansión y acumulación por despojo. El caso de los algoritmos, que redirigen los ingresos publicitarios de los videos subidos por los usuarios a las arcas de las grandes empresas que ostentan los derechos de los masters de música, es paradigmático de la manera en que la gestión dominante de la cultura, lejos de dirigirse al libre acceso y circulación de los “bienes culturales”, reproduce, una vez más, el fetiche de la mercancía en el que se fundan las más diversas asimetrías. Sin embargo, lejos de reafirmar el pesimismo sobre el futuro, el ensayo nos transmite la idea de que el tiempo de oportunidad es el ahora: el tiro de dados sigue en el aire.

Fotografía. Arturo Montoya Hernández

La Crisis de la Ciudadanía

Arturo Montoya Hernández

Este texto se publicó originalmente en el Blog de Arturo Montoya Hernández del Centro de Estudios Genealógicos para la investigación de la Cultura en México y América Latina (CEGE).  24-Abril-2020.

¿Cómo entender la ciudadanía en un contexto postnacional? Esta pregunta, provocadora por plantear una relación entre dos elementos que parecen, en el peor de los casos, mutuamente excluyentes; en el mejor, índices de un proceso de irresoluble disputa, exige una reflexión cuidadosa. Por un lado, está el concepto de ciudadanía, cuya genealogía y mutabilidad a través de diversos enmarcados políticos-legales, organiza un ensamblaje problemático, dispuesto a la regulación, la selección y el filtrado; por el otro, se encuentra el sintagma conformado por la circulación conceptual nacional-postnacional, como marcador desde el que se dirime el entorno internacional contemporáneo, caracterizado por etiquetas-fenómenos como la globalización, el transnacionalismo y la hibridación.

De acuerdo con Stephen Castles y Alastar Davidson (2000), la ciudadanía, como se concibe actualmente, es una institución arraigada al modelo del Estado-nación moderno, cuyo origen puede remontarse al colonialismo europeo y norteamericano. Este modelo, anclado en la división internacional del trabajo y la acumulación por despojo, ha generado un panorama contemporáneo de desarrollo desigual, en el que la ciudanía, definida en función de la adscripción a una cultura, una identidad y un territorio, crea redes asimétricas de poder, saber, riqueza, acceso a la representación y a la eficacia simbólica.  Esta asimetría es constitutiva de la ciudadanía, y utiliza como vectores para actualizarse, los marcadores identitarios (autoadscripciones y heteroadscripciones) de la raza, la etnia, el género, la clase, la nacionalidad, la religión y la edad (por mencionar algunos cuantos, de central importancia para los estudios culturales). En este sentido, organiza una exclusión formal, partiendo de los criterios con que cada Estado-nación, define inclusiones y exclusiones (los quiénes y los cómos de la participación), y una exclusión efectiva, en término de dimensiones socioculturales que definen en la vida cotidiana, el acceso de los grupos minoritarios a los derechos formales de la ciudadanía, y su inclusión y aceptación por parte de los grupos mayoritarios en la producción y reproducción de la comunidad imaginada. Este proceso no es lineal, ni unidireccional, pues existen procesos de disputa por el reconocimiento de los derechos civiles, políticos, sociales y culturales, los cuales transforman el interior de los Estados-nación, y los imaginarios compartidos sobre quiénes pertenecen a la comunidad y quiénes deben permanecer en los márgenes de la exclusión o la inclusión diferenciada.

En el contexto global contemporáneo, marcado por migraciones, diásporas, nuevas formas de pertenencia política, y transformaciones en la definición de los Estados-nación, las discusiones sobre la asimilación, la integración, el multiculturalismo y el interculturalismo , como formas de relacionar la cultura con la ciudadanía, toman mayor relevancia. Castles y Davidson (2000, pp. 12-15) distinguen tres maneras principales de pensar la relación entre territorio, comunidad nacional, e identidades étnico-culturales, en la configuración del reconocimiento ciudadano:

  • La versión norteamericana-anglosajona identifica la soberanía nacional (constitutiva del Estado) con la autodeterminación de la gente [the people] definida en términos étnico-culturales. En este sentido, un grupo étnico principal, vinculado a un territorio y con control sobre el mismo, se convierte en el núcleo nacional identitario en torno al cual se construye el Estado-nación. Es a partir de esta perspectiva, que el racismo, el nativismo y el neonativismo se organizan y justifican.
  • La versión alemana de una nación cultural o nación étnica [Kulturnation] surge de la concepción romántica, que comprende a los individuos como parte de una totalidad orgánica. La libertad es consecuencia de aceptar el rol que a cada uno le corresponde en esa totalidad. Así mismo, el Estado es el devenir cuerpo de los significados superiores que organizan las individualidades de acuerdo con la totalidad orgánica interpretada por un lider.
  • La versión francesa del Estado-nación [Staatsnation], surgida de la revolución de 1789, se basa en una voluntad común, “presente en la idea Roussoniana de voluntad general y en la famosa expresión Renaniana de la nación como un plebiscito de todos los días [traducción propia]” (Castle y Davidson, 2000, p. 14). Desde esta perspectiva, la adhesión de los individuos a la comunidad, se da a partir de su continuamente renovado consentimiento de participación. Esta adscripción se concibe en lo abstracto como una participación formal, pero en la práctica implica una homogenización lingüística, un poder político centralizado y un proceso de asimilación sociocultural.

Estas versiones de la construcción del Estado-nación, siguen manteniendo cierta vigencia, y son indicios de un punto de partida para la reflexión sobre la influencia de la globalización en la concepción de una ciudadanía postnacional. Si bien, uno de los efectos principales de la movilidad global en el contexto contemporáneo, es la aparente desaparición de límites y fronteras, el flujo libre a través de diversos territorios Estatales-nacionales, es una actividad a la que se accede de manera diferencial con base en cierta heteroadscripción identitaria, entramada desde el privilegio. Mas importante para pensar lo postnacional, es la aparición de un entorno supranacional, articulado desde las organizaciones trasnacionales, el mercado y los flujos técnico comerciales, que organizan entornos transfronterizos, interconectados y multilocales. Profundizar en estos puntos, queda en suspenso para otra ocasión.

Bibliografía

Castles, Stephens y Alastar Davidson (2000). “The Crisis of Citizenship” en Castles, Stephens y Alastar Davidson, Citizenship and Migration. Globalization and the Politics of Belonging. Houndmills, Basingstoke, Hampshire & London: McMillan Press, pp. 1-25.

Ilustración. Walt McDougall’s ‘Good Stories for Children’ (1902-05)

La página en blanco

Quién le teme a la página en blanco. Quién, en lo alto del silencio, le teme a la potencia que ésta refleja sin apenas una moldura de pan o un kilo de aceite. Grasa y harina, son dos de los ingredientes que pueden devolver a la página en blanco la textura de los profetas, o la altura que hace  años ostentaba al pastar libre entre las galerías de los recintos culturales, ora masticando una enunciación plástica, ora rumiando un trazo estriado de  fonoteca.

La página en blanco nos plantea un enigma, inquisición agazapada en los reductos del sistema límbico de los viajeros, oculta a su óptica cardinal. Sí logra liberarse de ese afecto, enunciarlo o darle vuelco libre a sus fascinaciones, será por las propias artes amatorias de la página en blanco, y nunca por el artificio o la honra de la escriba que desmadeja el hilo y enciende la luz de noche del frigorífico. Queda así la página en blanco, sola,  abriendo la imaginación, despejando recuerdos que al medio día son todavía artefacto y espátula, personajes conceptuales para la emancipación que viene.

Imagen. Scrutiny de Shreya Gupta
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